La lucha por los “swing states” de fuerte tradición petrolera como Pensilvania lo forzaron a marcar una política energética más cercana a Trump

La campaña presidencial estadounidense comienza a demarcar con cada vez mayor nitidez las diferencias que presumen republicanos y demócratas en materia energética, probablemente el área en la que sus plataformas más se distancian. Sin embargo, al mismo tiempo que los cuestionamientos y las acusaciones entre Donald Trump y Joe Biden vuelan de un lado al otro, y el candidato demócrata salió a aclarar que no prohibirá el fracking, en caso de convertirse en presidente.
“Permítanme decirlo de vuelta: no voy a prohibir el fracking, más allá de la cantidad de veces que Trump mienta sobre mí”, insistió Biden, en un contexto en el que organizaciones ambientalistas continúan haciendo fuerza por erradicar el fracking, práctica que se basa en la inyección de un fluido (normalmente agua) para la obtención de hidrocarburos, a una presión tal que produce la disgregación de la roca.
En sintonía con esta visión se expresaron los precandidatos demócratas Berni Sanders y Elizabeth Warren, quienes llamaron a su prohibición en todo el país, a raíz de su impacto en el ambiente.
Según algunas estimaciones, el fracking permitió más de la mitad de la producción de crudo del país en 2018. A sabiendas del nivel de producción de gas y petróleo con el que cuenta Estados Unidos en la actualidad, Trump hace gala del poderío económico del sector –gracias al desarrollo de sus reservas no convencionales– y su injerencia en la generación de empleo. Sumado al descrédito total de los efectos del cambio climático, suele trazar una grieta entre las energías no renovables y las renovables, y minimizar el peso de las últimas.
El episodio surgió a propósito de los recientes dichos de Trump que, días atrás, en Pennsylvania, había advertido a sus seguidores republicanos que un escenario con Biden como presidente conllevaría la imposibilidad realizar fracking. Un estado con una arraigada tradición hidrocarburífera –donde se encontró el primer pozo de petróleo rentable de la historia– que, en los últimos comicios presidenciales, se inclinó por el voto republicano, algo que no sucedía desde la elección de 1988 en la que Bush padre se hizo con la presidencia. Hoy, dicho territorio aparece en disputa y ninguno de los dos candidatos quieren ceder un centímetro en la ambición de hacerse con una mayor cantidad de votos.
“Permítanme decirlo de vuelta: no voy a prohibir el fracking, más allá de la cantidad de veces que Trump mienta sobre mí”
En simultáneo, Biden propuso invertir USD 2 billones en un plazo de cuatro años en proyectos de energías limpias y eliminar la emisión de gases de efecto invernadero para el 2035. El ala demócrata encuentra en la joven legisladora Alexandria Ocasio Cortez –de ascendencia puertorriqueña y nacida en el Bronx– a su mayor exponente en la agenda verde.
Desde el año pasado impulsa el “Green New Deal”, iniciativa que hace foco en la toma de conciencia de las consecuencias del cambio climático y exige medidas concretas en pos de la salud del planeta. “Esta no es una problemática elitista, sino de calidad de vida. ¿Quieren decirle a la gente que su preocupación por agua y aire limpios es elitista? Díganselo a los chicos del sur del Bronx que en donde están las tasas más altas de asma infantil”, señalaba ante la Cámara de Representantes en marzo del año pasado.