Se trata del segundo caño que conecta a Rusia con Alemania y aumenta la dependencia energética europea hacia Moscú. Los principales temores y su importancia en la transición energética.
Si la energía y la geopolítica han sido históricamente algo así como primos hermanos, la construcción del gasoducto Nord Stream 2 que atraviesa el Mar Báltico de Rusia a Alemania termina por derivar en la duda –más bien la certeza– de si son sinónimos, por no decir que son prácticamente lo mismo.
Años atrás, Alexander Medvedev, vicepresidente ejecutivo de Gazprom, dijo en una entrevista que “las cuestiones de seguridad energética ocupan el centro de la atención de cada gobierno”. La expresión, que quizás sea una verdad de perogrullo para muchos, hoy sirve de recordatorio para una Unión Europea que se acerca al desenlace de una obra de infraestructura que genera más rispideces que coincidencias entre los países miembro.
En definitiva, además de negocios y relaciones entre países, también puede ser crucial para entender cómo puede quedar desplegado el mapa energético del Viejo Continente si eventualmente comienza a operar un segundo ducto, que implicó una inversión de cerca de 10 mil millones de euros para el consorcio estatal ruso Gazprom y representa el gasoducto submarino más extenso en el planeta (1230 kilómetros de traza) y que podría suministrar a Alemania 55 mil millones de metros cúbicos al año.
“Alemania está reemplazando fuentes como el carbón y la nuclear, y tiene una necesidad de gas”, explica el Doctor Ariel González Levaggi, investigador del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de la Universidad Católica Argentina. Ubicándose desde el lugar del gobierno alemán, él entiende que el acceso a esos recursos tiene sus pros y sus contras: “se abastece de forma segura, con mayor volumen, pero por otro lado puede ser utilizado como herramienta de coerción. Acá, Rusia tiene la oportunidad de mostrarse como un socio seguro. La relación entre Rusia y la UE no depende tanto de la energía, sino de las tensiones con Estados Unidos y la posición de los halcones de Europa oriental que tienen posturas muy duras respecto a Rusia”.
[ La geopolítica petrolera detrás del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán ]
Países como Polonia, Ucrania, Eslovaquia y las naciones bálticas, que se abastecen del gas ruso, entienden que esta segunda obra puede resultar un perjuicio considerable para ellos. De alguna manera, gran parte de Europa se plantea la dependencia que puede generar un escenario en el que Rusia acapare el mercado del gas, al menos más de lo aconsejable, en un contexto mundial en el que existe cierto consenso en que la diversificación en materia energética es el norte. Para el año 2018, Rusia cubría cerca de un tercio de la demanda de gas de la Unión Europea.
Jerzy Buzek, actual diputado del parlamento europeo y ex Primer Ministro de Polonia, sostuvo en una oportunidad: “ya tenemos Nord Stream 1 en el Mar Báltico, la construcción de Nord Stream 2, por la misma ruta y con el mismo proveedor, es todo menos diversificación”.
Un informe de 2018 del centro de estudios alemán DIW calificó el proyecto como innecesario y basado en proyecciones que “sobrevaloran significativamente la demanda de gas natural en Alemania y Europa”.
Finalizado en 2012, el Nord Stream 1 ya lleva más de diez años en operación. Construcción que, por supuesto, valió el acuerdo entre los gobiernos alemán y ruso, y que tuvo a la figura de Gerhard Schroder, canciller alemán entre 1998 y 2005, como protagonista. Éste, después de acordar la construcción del Nord Stream 1, se sumó a la Junta Directiva de Nord Stream AG, subsidiaria de Gazprom, lo que generó el cuestionamiento de un gran sector de la opinión pública.
González Levaggi subraya que “la finalización de la obra es un triunfo tanto de la federación rusa como de la visión alemana de una Europa con una mayor autonomía estratégica. Este proyecto tuvo muchos vaivenes e inclusive una serie de sanciones por parte de Trump”. En este sentido, remarca que “la decisión de Joe Biden de levantar las sanciones es una muestra de una luz verde para q se lleve adelante”.
Los gasoductos Nord Stream 1 y 2 tienen como génesis el evitar el paso por Ucrania –país con quien mantiene una tensión desde hace años que escaló aún más a partir de la anexión de facto de la península de Crimea por parte de Rusia en 2014– para que parte del gas que produce Rusia puede llegar en forma directa a Alemania sin tener que pasar por los países de Europa Oriental como lo hace la mayoría de la infraestructura preexistente.
“Existe la preocupación en Estados Unidos de evitar que el gas ruso se convierta en una herramienta de coerción como fue con Ucrania”, dice Levaggi. De cualquier modo, Estados Unidos es consciente de que un avance de Rusia en la comercialización de gas significa, en última instancia, un mayor peso por parte de Rusia sobre un mercado europeo al que el gobierno de Biden también quiere llegar mediante la venta de GNL. Un continente europeo que encara un proceso de descarbonización de su matriz, aún marcada en su territorio, y que hoy parece encontrar en el gas una alternativa cercana.
Según Levaggi, el acuerdo alcanzado con Alemania resulta clave para Rusia no sólo en términos energético sino también diplomáticos. “Esta es una herramienta que genera una dependencia fenomenal y que no está mediada por Ucrania. Aparte, Alemania es el gran país de Europa, es considerado como un par para Rusia y puede tener injerencia sobre el resto del continente”, asegura.
Ahora, un escenario de incertidumbre se abre al momento de pensar cuál será el devenir de los vínculos a partir de este nexo. “Si Alemania va a ser el abogado de Rusia en la Unión Europea, está por verse”. Él considera que Alemania puede ser un gran defensor, sin embargo reconocer que “es difícil que los alemanes cambien posiciones duras como las sanciones por Crimea, que es la principal preocupación de Rusia en sus relaciones diplomáticas con Europa”.
Descarbonización de la matriz
De acuerdo a la Agencia Internacional de Energía (IEA), en Europa, en 2018, las renovables representaban un 32% de la generación eléctrica, mientras que el carbón continuaba cerca de un 20% de la misma. Las emisiones de gas de efecto invernadero en 2019 fueron un 23% menor a las de 1990, y en el primer cuatrimestre del 2020 se registró una caída del 8% en las emisiones de CO2, en comparación con el mismo período del 2019.
Sin embargo, las emisiones en el transporte y el uso de energía en las edificaciones, continúan creciendo. Para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050 estipulada como meta, “el esfuerzo de las políticas de la Unión Europea debe enfocarse en el transporte, la industria y los edificios”, índice la IEA.
[ ¿Cómo es el proyecto nuclear de Bill Gates que busca revolucionar el mercado energético? ]
En lo que tiene ver con lo estrictamente energético, Julián Tuccillo, miembro del Comité Argentino del Consejo Mundial de Energía no se refiere a la obra concreta, pero sí piensa en cómo puede leerse este proyecto a nivel global en un mapa que, remarca él, en la última Cumbre Energética Mundial realizada de 2019 realizada en Emiratos Árabes, ratificó al gas como combustible de transición hacia las renovables.
En este sentido, él considera que, “en medio de una realidad insostenible en la que tenés clarísimo que vas a un futuro sostenible y que para llegar a ese futuro sostenible quizás vas a necesitar tener, por ejemplo, 30% de hidrógeno para acumular energía, desarrollar una gasificación en lo inmediato puede ser beneficioso. Porque se puede decir que hoy lo más cercano a un futuro de hidrógeno puede ser el gas natural, que es lo que tenemos disponible”.
No obstante, plantea que no hay que dejar de pensar y repensar cómo se posiciona el gas en este escenario. Tuccillo dice que “la gasificación representa una limpieza de la matriz, siempre y cuando sea en reemplazo de fósiles más pesados y si responde a una lógica concreta de abastecer el corto plazo, teniendo claro que el objetivo a largo plazo es la sustentabilidad. El norte es 100% renovable”.