La geopolítica del petróleo y el gas sumó varios conflictos en las últimas semanas. La suba de los precios justifica tensar peligrosamente la cuerda.

Por segunda vez en ocho meses tras el comienzo de la guerra en Ucrania, en Europa se abre un nuevo frente de conflicto, con implicancias en la provisión de energía al continente y la posibilidad latente de una guerra de proporciones que se sumaría al desastre en que se ha convertido la invasión rusa a su vecino del sur.
El primer hecho fue la incursión de tropas de Azerbaiyán en territorio soberano de Armenia el 13 de septiembre, utilizando misiles, artillería pesada y drones de ataque contra población civil en el este de Armenia.
En junio pasado la Unión Europea selló un acuerdo con el régimen dictatorial de Azerbaiyán, encabezado por el presidente Ilham Aliyev, para construir un gasoducto que desde Turquía, atraviese territorio griego y luego cruce el Mar Adriático, trayendo gas azerí a Europa a través de Italia.
El silencio de la Unión Europea a la agresión militar de Azerbaiyán con Armenia llevó a decenas de eurodiputados a pedir la renuncia de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, cuestionando si “el gas azerí vale más que la sangre armenia”.
Marina de guerra
Ahora Turquía, un aliado histórico de Azerbaiyán, se une al gobierno de Libia, que desde 2020 y tras años de guerra civil que siguieron a la caída de Muammar Khadafi en octubre de 2011 está bajo su tutela. Ambos países amenazan imponer por la fuerza su derecho a explorar plataformas offshore de petróleo y gas.
Grecia y Egipto se oponen a una militarización marítima del Mediterráneo Oriental, y en el caso de Atenas alega que los campos están en su zona de explotación económica exclusiva. Siguiendo su tradicional política de hechos consumados, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan firmó a fines de la semana pasada un acuerdo petrolero preliminar con el gobierno provisional de Libia, que encabeza Abdul Hamid Dbeibeh, no reconocido por el parlamento de Libia y la facción que responde al general Haftar.
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El acuerdo permite la exploración de petróleo y gas offshore en una zona marítima en disputa, con el implícito apoyo militar de la marina turca. Las tensiones entre Grecia y Turquía subieron varios escalones, en una pulseada que tiene su epicentro en movimientos militares de envergadura en el Mediterráneo Oriental.
El telón de fondo es la velada disputa entre los dos países por Chipre, otro miembro de la Unión Europea, lo mismo que Grecia. Es una isla que en 1974 fue invadida por Turquía y quedó dividida entre un gobierno pro-turco en el norte, y otro pro-griego en el sur, siguiendo los ejes de la política chipriota desde su independencia del Reino Unido en 1960.
Un mar de sospechas
Para complicar más el panorama, el descubrimiento de un enorme yacimiento de gas natural offshore (Karish), a pocos kilómetros de las costas de Israel y el Líbano, en el extremo más oriental del Mediterráneo, genera tensiones entre dos países que desde hace décadas se miran con recelo.
El fin de semana pasado, la firma de capitales británicos Energean comenzó trabajos de testeo de las líneas entre el campo offshore e Israel. Es una gran noticia para el país, que estando en esa zona de Medio Oriente “es el único que está en un desierto sin petróleo ni gas”, como suelen decir los políticos israelíes.
Sin embargo, el hallazgo no está exento de complicaciones. Es que las aguas en las que deben operar las plataformas offshore son reclamadas también por el Líbano, que asegura que la frontera marítima nunca fue delimitada.
En rigor, Jerusalén y Beirut continúan las negociaciones con la mediación de Estados Unidos para fijar un límite marítimo que permitirá a ambas partes extraer energía de los campos de gas submarinos. La llamada propuesta escrita “final” presentada por el enviado de Estados Unidos en materia energética, Amos Hochstein, fue analizada la semana pasada por ambos países.
El resultado todavía está abierto. Mientras Israel aceptó el acuerdo presentado por Hochstein, Líbano agregó una lista de nuevas demandas que Israel ha rechazado. Pese a ello, y aunque no está conformado, versiones de prensa indican que delegados de ambas partes se encontrarán en el marco de las Naciones Unidas el próximo 20 de octubre para firmar el acuerdo.




























