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El modelo agroalimentario se pone bajo la lupa y camina hacia la transición energética

Los sistemas alimentarios consumen entre el 15 y el 30% de la energía primaria mundial y emiten entre el 25 y el 34% de los gases de efecto invernadero.

Alrededor del 30% de la energía que se consume en el mundo anualmente está relacionada de manera directa con la cadena agroalimentaria. Producir, trasladar y conservar alimentos requiere crecientes usos de energía. Con la lupa puesta en el modelo de agrobusiness, algunas instituciones internacionales abogan por una transición energética inclusiva, que haga un uso eficiente de los recursos disponibles en el agro buscando un equilibrio entre los sistemas de alta intensidad energética y la productividad y los objetivos de reducir emisiones de gases efecto invernadero.

“Un desafío crucial para la humanidad es satisfacer de manera sostenible la demanda futura de alimentos, limitando al mismo tiempo la huella ambiental de la agricultura”, afirma un estudio realizado por un equipo de científicos en  la  Revista Nature, recientemente. En él se examina el modelo de agronegocios con alta intensidad energética que predomina en varios países desarrollados y en el mundo. Y se establecen relaciones con las emisiones que causan el  cambio climático.

“El aumento de los rendimientos no garantiza el alivio del hambre local ni la reducción de la presión sobre los recursos naturales  (…)  La intensificación agrícola rara vez produce situaciones en las que todos ganan; solo unos pocos casos han demostrado la contribución de la intensificación agrícola a múltiples objetivos de desarrollo sostenible”, escriben Lorenzo Rosa y su equipo en Energy implications of the 21st century agrarian transition.

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Los sistemas alimentarios consumen entre el 15 y el 30% de la energía primaria mundial y emiten entre el 25 y el 34% de los gases de efecto invernadero. Sólo el 35% de estas emisiones provienen de  la producción de carne y lácteos. La deforestación y el cambio de uso del suelo en más de 40 millones de hectáreas destinadas al cultivo de grandes superficies con alta intensidad energética produjo 8 giga toneladas de CO2 entre los años 2000-2016.

En este contexto, La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena) difundieron un estudio conjunto con propuestas para una transición energética eficaz en los sistemas productivos de alimentos. En él sugieren desacoplar la dependencia energética de los combustibles fósiles de los sistemas agroalimentarios. Es que, toda la cadena de producción y distribución global y al interior de los países está ligada a una matriz energética a base de combustibles fósiles. Y los aumentos de los precios del petróleo, tal como sucede en la actualidad por la invasión de Rusia a Ucrania, traen aparejados subas significativas en los precios de los alimentos, que generan a su vez falta de previsibilidad y resiliencia sobre todo en los países y comunidades más pobres.

“Con la creciente intensidad energética de la agricultura, el aumento de los precios de la energía se traduce en mayores costos de producción, procesamiento y transporte, lo que podría significar mayores costos para los consumidores”, dice el informe.

La situación es aún más compleja en los países en desarrollo como la Argentina. Según FAO, el 14% de los alimentos se pierde antes de llegar al mercado y con ellos una parte significativa de la energía total utilizada por los sistemas agroalimentarios, que está en el orden del 40% del total.

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Las entidades supranacionales sugieren dotar a pequeños campesinos y productores de asequibilidad a fuentes renovables y limpias que minimicen las pérdidas y aumenten la productividad, mediante el acceso igualitario a los recursos. Las sugerencias específicas hablan de dotar de paneles solares para la electrificación de sistemas de riego a los pequeños productores de alimentos. Así como mejorar los sistemas de almacenamiento y enfriamiento locales.

Y si por un factor se ve amenazada la resiliencia y productividad del sistema alimentario global tiene que ver con el uso del agua. El agua dulce para riego,  representa el 70% de toda el agua utilizada a nivel mundial cada año. Un aumento significativo del uso del recurso podría tener efectos aún más negativos sobre el cambio climático, afectando en su circularidad a la productividad de la agricultura.

Los especialistas sostienen que el cambio climático generado por los sistemas productivos de uso intensivo de energía, al incidir en el cambio climático, vuelven inestable la producción agrícola y la seguridad alimentaria. Demuestran, además que la disminución de la producción mundial de maíz y trigo en las décadas de 1980 y 2000 fue impulsada por el calentamiento global. Alertan que la situación puede “minimizar los efectos positivos de las innovaciones agrícolas”.

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Al otro lado de la pirámide, sobre todo provenientes de los países desarrollados, las emisiones derivadas del uso de energía en el sector agropecuario aumentaron a nivel mundial en un 25 % entre 1990 y 2018. El difícil equilibrio entre la eficiencia del uso de recursos, la seguridad alimentaria y el impacto ambiental serán el desafío de cara a los compromisos asumidos en relación al Acuerdo de París.

Según un informe de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, el sistema agroalimentario en la Argentina contribuyó en un 37% del carbono emitido  en 2016, un porcentaje mayor que el promedio mundial. Sobre un total 364 Mt de CO2 ese porcentaje incluye agricultura, ganadería, silvicultura y otros usos de la tierra.

“La transformación de los sistemas energéticos y alimentarios debe ser inclusiva en todos los aspectos. Para ampliar las oportunidades de mejorar los medios de vida en las zonas rurales, las soluciones y sus beneficios deben ser accesibles equitativamente para todos, y “todos” incluye a las mujeres, los jóvenes y otras comunidades marginadas”, dice el informe de Irena y FAO.

Hay claro otras oportunidades que esperan, como la captura de carbono de la atmósfera. Un reciente de Valeria Duval y Rafael Cámara Artigas, sobre el bosque de caldén en Argentina, por ejemplo, indica que una hectárea de ese bosque natural, aún diezmado es capaz de absorber unas 251 toneladas de carbono por año. El mercado de créditos de carbono, aún incipiente, podría no sólo aumentar los ingresos de productores, sino permitir la conservación de bosques y tierras marginales dedicados a sistemas ganaderos extensivos en pasturas naturales.