El parate económico ya se hace sentir en varios países del mundo y podría intensificarse luego de la suba de tasas de la FED para contener la espiral inflacionaria.
El histórico salto de los precios energéticos que acecha al mundo desde la invasión rusa a Ucrania podría llegar a su fin, aunque no por los mejores motivos. Lejos de una eventual tregua bélica o un salto en la producción de petróleo, la baja en la cotización de barril se daría por un nuevo desplome de la demanda a partir de la inminente recesión económica que proyectan con cada vez más certeza los analistas del mercado.
El anuncio de Jerome Powell de esta semana terminó de despejar muchas dudas. El titular de la Reserva Federal (FED) de los Estados Unidos dejó en claro que continuará aumentando las tasas de interés hasta notar una “clara y convincente” señal de que la inflación comience a caer.
El funcionario trazó una meta muy exigente de llevar la inflación a un 2% anual -cuando en el último mes se ubicó en un 8,3%- y aseguró que será necesario “desacelerar el crecimiento para llevarlo a cabo”.
Lo concreto es que la experiencia histórica indica que cuanto más agresiva sea una política monetaria, más posibilidades hay de que ocurra una recesión. En este caso, la Fed ya acumula un alza de 75 puntos básicos en los últimos dos meses, el mayor incremento en 20 años, y el mercado anticipa un nuevo ajuste en los próximos meses. “El consenso del mercado es una suba continuada que empezaría con 50 puntos básicos en junio”, explica el analista financiero Francisco Uriburu.
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Lo peligroso es que antes de que la Fed haya iniciado este sendero restrictivo, el PBI estadounidense ya había registrado una caída de 1,4% en el primer trimestre, lo que marca que las dificultades económicas exceden a la política monetaria y que las probabilidades de otra merma en el segundo trimestre son muy elevadas.
“La economía mundial aun no pudo salir de la amenaza de la pandemia. China está con los puertos parados y una baja de producción por su política de covid cero. La gran pregunta es si el mundo puede aguantar un escenario de estanflación como el que se avecina”, agrega Uriburu.
Lógicamente, una menor actividad económica mundial implicaría un menor consumo de energía, como se observó al extremo durante el 2020. Los indicadores de abril ya dieron muestra de ello: la generación eléctrica en China cayó un 4,3% de forma interanual y la potencia termoeléctrica lo hizo en un 12%. Por otro lado, la valorización del dólar que se está manifestando presiona todavía más para una baja en el precio de los commodities.
Respecto a la oferta energética, la decisión de la Unión Europea de permitir el pago en rublos para la importación de gas ruso descomprime la tensión de las últimas semanas y da pie a una eventual normalización del comercio.
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En ese sentido, la propuesta del embargo petrolero pierde vigor y se fortalece la postura de aquellos países que advierten que un contexto recesivo y de alta inflación como el actual no es el más indicado para salir a buscar reemplazantes -obviamente más caros- del gas y el petróleo ruso.
Paralelamente, la secretaria de Energía de los Estados Unidos, Jennifer Granholm, prometió un “aumento significativo” de la oferta energética para fin de año, que ayudaría a normalizar el abastecimiento de crudo.
Como explicó EOL, uno de los motivos por los cuales venía aumentando el precio del barril desde antes de la guerra en Ucrania era la fuerte desinversión petrolera producto de las restricciones crediticias de bancos y entidades financieras contra la industria del Oil & Gas para promover las energías renovables, algo que poco a poco empieza a revertirse.
“Con el atraso de inversiones en nuevos yacimientos que provocó la pandemia, el mundo se encuentra con inventarios bajos en petróleo y gas. Si bien Estados Unidos y otros países han reforzado la búsqueda de nuevas fuentes de energía, el tema requiere inversiones inmediatas e importantes para tratar de solucionarlo”, sintetizó Uriburu.