Inicio Internacionales Por qué China se niega a dejar el carbón

Por qué China se niega a dejar el carbón

A pesar de la emergencia climática, el país que más emisiones genera continúa incrementando su consumo de carbón, la fuente energética más contaminante. Los motivos que explican la modificación del acuerdo de carbón firmado en Glasgow.
Xi Jinping

Un viejo adagio económico ambiental dice que, si cada familia china tuviera uno o dos autos, tal como los europeos o norteamericanos, el colapso ambiental sería inmediato.  Desde ese punto de vista sería acertado pensar que, la falta de acuerdo de las autoridades del país asiático con los objetivos de “eliminar gradualmente” el uso del carbón, dispuesto en el texto de la COP26 en Glasgow, estaría más relacionado con las contradicciones del sistema productivo global y sus lógicas de circulación de capitales y mercancías, que a una lucha geopolítica existente y difícil de soslayar.

Una primera explicación tendría que ver con el paso por el poder de Xu Jintao y su “concepción científica del desarrollo”. A partir de esta idea, la transición de una economía primaria a otra desarrollada y diversificada, implicó un aumento del consumo energético que, desde el punto de vista de una eficiencia en el uso de recursos, requiere de constantes aumentos de la productividad, no siempre alcanzables.

Según el Banco Mundial, Australia, Canadá y los Estados Unidos son los países occidentales desarrollados que lideran el ránking de emisiones per cápita de carbono. Oscilan las 15 toneladas por habitante. China, emite unas 7,4 toneladas por persona, aunque su curva parte de 0,64 toneladas per cápita en 1963. Sin embargo, sumadas, las emisiones totales de carbono de norteamericanos, australianos y canadienses son la cuarta parte de los asiáticos.

[La falta de electricidad en China frena las fábricas de paneles solares y dispara su precio]

Aquella concepción científica del desarrollo implicó para el gobierno chino reconocer un tránsito de una economía principalmente primaria y campesina a otra con índices occidentales de consumo y productividad. La idea de desarrollo como motor económico fue esbozada por el entonces presidente norteamericano Harry Truman en 1949. El concepto parece entrar en crisis cuando lo que está en juego es el cambio climático provocado por las emisiones globales de CO2.

China emite en un día una cantidad similar de CO2 que Dinamarca, que se encuentra en el puesto 80 del ránking global, según el Fossil CO2 emissions of all world countries – 2020 Report, de la Unión Europea.

Y estas emisiones están relacionadas con la generación energética. El carbón representó un 62% de la oferta total, el año pasado. La administración de Xi Jinping dice que el consumo llegará a su pico máximo en 2025. Y que las fuentes de energía de combustibles no fósiles superarán el 80% del total en 2060. Sin embargo, China junto a India representan el 95% del aumento global de consumo de carbón para la generación energética desde 2011.

[China lima asperezas con Australia y le vuelve a comprar carbón ante la escasez mundial]

Los análisis de la balanza comercial del país asiático indican que el uso del carbón en la producción de electricidad le permite a la economía seguir un curso ascendente sin tener que aumentar las importaciones.

La discusión sobre el documento de la COP26 sobre la idea básica de “eliminar gradualmente” el uso del carbón hizo que no sólo China se abstuviera de firmar el acuerdo. Tampoco lo hicieron India y los Estados Unidos. Los chinos reclamaron cambios en los modos de financiamiento previstos en el Acuerdo de París, donde los países desarrollados se comprometían a financiar políticas concretas para prevenir el cambio climático.

A contramano, en setiembre pasado, la región china de Xinjiang anunció un nuevo proyecto minero de carbón con una inversión cercana a los 200 millones de dólares. Según el gobierno el que el objetivo es “promover el desarrollo económico y social local”.

[China aumenta su consumo de carbón ante la demanda eléctrica creciente]

En la región de Xinjiang se encuentran más del 40% de los equipos de compañías globales dedicadas al minado de criptomonedas. La razón: tarifas bajísimas: 0,22 yuanes, unos 0,03, dólares por kilovatio-hora. Esa misma región estuvo bajo la lupa de organizaciones internacionales de derechos humanos pues sospechan que en algunas minas de carbón se obliga a trabajos forzados a integrantes de la minoría musulmana uygur.

Al otro lado, un mes antes de la reunión de Glasgow, Green Climate Fund anunció la puesta en marcha de proyectos en diversos países por unos 1200 millones de dólares. El organismo, creado para monitorear y administrar las finanzas con la que los países desarrollados esperaban mitigar el cambio climático en el resto del mundo, anunció que los nuevos proyectos serían administrados por Pegasus Capital Advisors. Para la delegación china, la respuesta “es insuficiente en relación al el financiamiento y el apoyo tecnológico”.

Según Carbonbrief, cuando se firmó en 2015 el Acuerdo de París, la capacidad de generar energía a través del carbón era a nivel global de 1,553 gigavatios (GW).  Desde entonces y hasta la actualidad, esa capacidad ha disminuido en 297 GW y se encuentran en construcción nuevas plantas que aportarán 185 GW. Sin embargo, para lograr la meta de sólo un incremento de 1,5° en la temperatura global hacia 2050, la proporción de uso de carbón en la generación debería disminuir en un 80 por ciento para 2030.

El último informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) dice que en 2020 las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzaron las 407,8 partes por millón (ppm), un 0,61% más que en 2019 y un 149% por encima de los niveles previos a la Revolución Industrial.

El indicador es concreto: incluso los gases son un recurso finito. Con el carbón, gran parte de la economía global se sigue financiando a través de energía barata y eficiente en términos monetarios. Sin embargo, cuando al análisis se le agregan costos externalizados, como los atinentes a la contaminación ambiental, la ecuación parece cambiar. Pensadores como Dominique Meda abogan por “romper urgentemente con la religión del crecimiento, y adoptar otros indicadores que orienten nuestras políticas como la huella de carbono o el Índice de Salud Social”. La discusión sigue abierta.