Una relación bilateral que acumula varios desencuentros y luego de que Xi Jinping impusiera un bloqueo a las importaciones australianas, se ve obligado a reanudar las compras para garantizar el suministro eléctrico.
La crisis energética mundial que generó la escasez de gas y también de carbón puso a China entre la espada y la pared. Detrás de sí, tiene el impulso habitual de mantener una marcha productiva que no quiere desacelerar ni un instante en este marco de reactivación económica, de modo de no perder terreno como la mayor industria manufacturera en el mundo. En frente, está Australia, país con el que viene arrastrando una relación bilateral maltrecha desde hace ya un buen tiempo y con el que ahora debe rever las sanciones que había impuesto el gigante asiático a la isla.
El problema es que China necesita carbón para su generación eléctrica, para producir y para poder transitar el invierno que se aproxima y ahora necesita borrar con el codo lo que escribió con la mano ya que necesita hacerse con el carbón que tiene Australia y al que, meses atrás, le había impuesto aranceles muy altos.
En enero pasado, estas trabas le significaron una escasez de carbón que llevó a cortes en el suministro eléctrico. Hoy, estos mismos temores vuelven a reflotar. En este contexto es que China se tuvo que tragar su orgullo, ser pragmático y destrabar la importación de carbón australiano. En septiembre, se hizo con 383.000 toneladas de carbón proveniente de Australia en lo que parece ser apenas el principio descargas que seguirán un tiempo más.
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En los años 2018 y 2019, fueron cerca de 50 millones de toneladas de carbón las que Australia envió a China. En 2020, esa cifra fue de 35 millones de toneladas de carbón. Luego, comenzaron las fricciones entre ambas administraciones.
Australia es el mayor exportador de carbón a nivel mundial y, apenas días atrás, autorizó la tercera extensión de una mina en su territorio, lo que le valió la condena de los organismos internacionales que vienen bregando por un paso más celerado de la descarbonización. Se trata de Mangoola, cuya extensión le permitirá mantener su actividad por ocho años más y producir 52 millones de toneladas de carbón. Según se estima, la producción de esta sola mina representaría una contribución anual de 0.00073% de las emisiones globales.
El 2020 significó un enorme retroceso en la relación política entre Australia y China. Históricos aliados comerciales, los vínculos se vieron resquebrajados luego de que el gobierno del primer ministro australiano, Scott Morrison, fueron una de las voces que cuestionó con mayor dureza a la gestión de Xi Jinping durante la pandemia.
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Esto llevó a que Australia obstaculizara el avance de la red 5G de la firma china Huawei en suelo australiano. China no se quedó de brazos cruzados e impuso, por ejemplo, un incremento en los aranceles al vino australiano del 200% y, lo que aún es más trascendental para la economía australiana, frenó la compra de carbón a Australia.
A esto se suma que ahora Australia firmó un acuerdo con los Estados Unidos y el Reino Unido que le permite compartir tecnología para la construcción de submarinos por reactores nucleares. El acuerdo tripartito es una evidente muestra del interés, en términos geopolíticos, que Estados Unidos tiene en la región del Indopacífico.
China, por supuesto, mira de reojo esta alianza estratégica militar, que recibió el título de AUKUS e incluso salió a condenar la iniciativa esgrimiendo que se trata de una intensificación de la carrera armamentística. No obstante, por más que el vínculo con el gobierno de Morrison esté lejos de pasar por su mejor momento, China no quiere experimentar una desaceleración en su producción general y todo indica que si así lo desea deberá seguir importando carbón a Australia.