Inicio Internacionales La geopolítica petrolera detrás del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán

La geopolítica petrolera detrás del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán

El territorio en disputa de Nagorno Karabaj se ubica a unos pocos kilómetros del paso de una enorme red de gasoductos y oleoductos. El papel de Rusia y las alianzas regionales.
El presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, junto a su par ruso Vladimir Putin.

Una vez más, la geopolítica energética se cuela en un conflicto armado en la región del Cáucaso. Detrás de los combates desatados esta semana entre Armenia y Azerbaiyán por el control de Nagorno Karabaj, aparece la estratégica ruta de gasoductos y oleoductos que unen los gigantescos yacimientos del Mar Caspio con los mercados internacionales.  

El territorio en disputa pasó a formar parte de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán por decisión de Stalin y una vez disuelta la URSS, autoproclamó su independencia, pero sin reconocimiento internacional.

Al mismo tiempo, Armenia inició una guerra donde anexó una serie de departamentos para unir sus fronteras con Nagorno Karabaj, dado que la nueva “república independiente” limitaba exclusivamente con suelo azerí.

Si bien ambos países aseguran que originariamente la mayoría de la población lugareña pertenecía a su propia etnia, lo concreto es que durante las últimas décadas la hegemonía armenia es indiscutible. De ahí el argumento a imponer el principio de autodeterminación de los pueblos del que se valió Nagorno hasta el día de hoy.

Sin embargo, todas las resoluciones de Naciones Unidas avalan el criterio de soberanía e integridad territorial que sostiene la nación musulmana. Aún así, desde ese momento la región es habitada por armenios, con documentación armenia, símbolos nacionales armenios, moneda armenia y hasta con una bandera prácticamente igual a la tricolor que flamea en el palacio de Ereván.

Con el correr de los años, la economía de este país mayoritariamente cristiano se fue desplomando cada vez más, mientras que Azerbaiyán se benefició del boom de los precios del petróleo de la última década y aprovechó para modernizar su equipamiento militar, lo que hizo escalar progresivamente la tensión en la zona.

El primer ministro de Armenia, Nikol Pashinián.

Paradójicamente, esta fortaleza de cierta forma también tornó más vulnerable a Azerbaiyán ante la posibilidad de un enfrentamiento armado y aumentó sus necesidades del control en el área. Sucede que ante el crecimiento de su producción petrolera en los yacimientos offshore del Mar Caspio, el gobierno de Bakú decidió construir una importante red de gasoductos hasta Turquía que le den salida a sus hidrocarburos tanto por el Mediterráneo como por el Mar Negro.

Para ello, el camino más directo habría sido atravesar Nagorno y Armenia, lo que hubiera beneficiado a todas las partes. A Azerbaiyán en reducir los costos de la infraestructura al ahorrar cientos de kilómetros de tuberías y a Armenia en el cobro de las correspondientes regalías.

Como era de esperar, la amenaza bélica primó a la hora de planificar la ruta de los gasoductos, que terminaron pasando por Georgia a fin de evitar un condicionamiento a futuro. No obstante, por una cuestión de limitantes geográficos, los ductos se arriman a menos de 40 kilómetros de las fronteras de Nagorno, lo que los deja excesivamente expuestos a posibles ataques.

“La cuestión energética es central en este conflicto. Lo que sucede es que las regiones bajo control en Nagorno Karabaj son medias difusas y las zonas lindantes también están en disputa. Por lo tanto, lo que suele pasar es que los insurgentes tienden a atacar los gasoductos y cortan el suministro. Hasta hay ataques cibernéticos y todo eso obliga a Azerbaiyán a invertir en seguridad continuamente”, señaló a EOL la especialista en Eurasia Melina Torus, de la Red Argentina de Profesionales para la Política Exterior (REDAPPE).

Otra de las armas de Armenia para contrarrestar su debilidad militar pasa por el fuerte lobby de la diáspora que tiene una gran influencia en Estados Unidos, Rusia, Irán, Francia y la propia Argentina. En el caso de Washington, esta ventaja queda algo opacada respecto a la alianza con Turquía -enemigo histórico de Armenia- que permitió la instalación de bases militares a las puertas de las fronteras de la URSS en épocas de la Guerra Fría.

Con Moscú el vínculo es mucho más estrecho y equilibra en cierto modo el desbalance armamentístico. Para Putin, el enclave armenio es fundamental para frenar el acercamiento pro occidental azerí y sus proyectos de nuevos gasoductos hacia Europa que disminuirían la dependencia energética del viejo continente.

“A Rusia le molesta el tema del gas de Azerbaiyán y la situación geopolítica en la cual salió de su zona de control para acentuar las relaciones con Occidente. Actualmente integra el Consejo de Europa, es cercano a la OTAN y hasta el acuerdo de Emiratos Árabes era el único país musulmán con relaciones diplomáticas con Israel”, explicó Jorge Colombres Mármol, miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)

Bajo este juego de presiones es que Moscú logró desactivar el proyecto del gasoducto Nabucco, que terminó siendo reemplazado por el TANAP, uno de mucha menor capacidad y que no conlleva competencia alguna. Incluso, ahora que Rusia inauguró el gasoducto Turk Stream que llega hasta Estambul por las profundidades del Mar Negro, podría utilizar la infraestructura proveniente de Bakú para ampliar sus despachos de gas por el sur europeo.

En paralelo, está terminando las obras del Nord Stream 2, un segundo ducto a través del Mar Báltico que abastece exclusivamente a Alemania. De esta manera, en menos de una década levantó una red troncal completamente nueva con tal de evitar pasar por Ucrania -que pierde miles de millones de dólares en regalías- y dejar un claro mensaje a las ex Repúblicas Socialistas Soviéticas: el acercamiento a Occidente tiene sus costos.